domingo, 5 de julio de 2015

Y vivió feliz, comiendo perdices

- Lo loco del amor para toda la vida es que dura considerablemente poco- le dije el otro día a una amiga.
- Estas enojada, ya se te va a pasar B.-
- No estoy enojada, pero me siento estafada. Disney debería hacerme algún tipo de reembolso por el daño emocional que me hizo-
- Siempre dijiste que te ibas a casar 8 veces, ya estabas fallada de antes-
- Por eso mismo! Así estaba bien, y me hicieron creer que necesitaba de un alma gemela para estar completa. Que fraude.-


Mi amiga rodó los ojos y agitó el aire con la mano en un claro gesto de desinterés. Yo suspiré, una costumbre fastidiosa que adquirí después de que se me rompiera el corazón. Terminamos de almorzar, agarró sus cosas y se fue. Pero la idea quedó revoloteando en mi cabeza. Desde que nacemos nos imponen la idea de que para sentirnos completos tenemos que formar una familia. Que sino hay amor, que no haya nada. Y que no serán felices pero tienen marido.


Tanto nos inculcan esas ideas que a los doce años ya soñamos con tener un novio o casarnos. Nos regalan un "bebe" para jugar a la mamá y una cocinita para que aprendamos a querer la vajilla desde chicas. Ufff, heavy.


Nos venden a tal punto la historia de la princesa y el príncipe, que nos creemos que Grace Kelly se sacó la lotería cuando se casó con el príncipe de Monaco. Y nos olvidamos que ella ya era princesa por merito propio. Que tuvo que abandonar su carrera, renegar de su vocación y dejar que su Oscar acumulara polvo en un estante, por los brillos de la realeza. 

No me malinterpreten, no me volví una cínica, por mucho que me lo repitan a diario. Pero caí en la cuenta que al final la única relación que tenemos toda la vida es con un mismo, y sino aprendemos a estar bien con nosotros, después terminamos juntando los pedazos de nuestro amor propio.

El otro día le decía a otra amiga que durante mi relación me pasó algo muy loco, cuanto menos quería estar conmigo misma, más quería estar con él. Y se volvió patológico, porque la forma más fácil que encontré de ser feliz, fue a costa de un tercero. Tan enfermiza era la situación, que decidí desplazarme de mi propia vida -porque OBVIAMENTE era más sencillo que lidiar con mis propias cosas- y puse en los hombros de mi pareja todo el peso de mi felicidad. Que perra egoísta.

Al final resultó bien para mí, un día me miré al espejo y no me cayó tan mal la persona que se reflejaba. La invité a salir, le pregunté a que se quería dedicar; dónde y cómo quería vivir y si era feliz. Me sorprendió saber que no lo era, que hace meses tenía el corazón roto por lo que ella misma se había hecho. Y me propuse hacerla feliz. 

Y aunque jamás me lo hubiese imaginado, después de unos meses les puedo confesar que me encanta comer perdices sola.

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